En su libro 'El dios desnudo', Howard Fast describía con gesto amargo el camino de su propio fracaso. La contradicción entre su sueño legítimo de un mundo mejor y la realidad de un Partido Comunista deshumanizado y brutal terminó por arrojar una bellísima pieza autobiográfica a vueltas con el ruido y la furia. La novela del autor de 'Espartaco', la obra sobre la que Stanley Kubrick edificó su 'peplum', quizá tenga poco que ver con la película 'Camino de la cruz', del alemán Dietrich Brüggemann. O tal vez sí. Al fin y al cabo, las dos coinciden en la fría disección del dogma, cualquiera de ellos.

Lo doloroso de la novela de Fast es el reconocimiento del esfuerzo inútil, de las expectativas traicionadas. La película de Brüggemann evita el gesto melodramático que siempre acompaña a lo autobiográfico para diseccionar en su frío ascetismo el vértigo que produce la nada. En rigor, admitir el salto al vacío que significa la fe en lo irracional se parece demasiado al único acto racional que admite un ateo cabal: el suicidio. No está claro, en definitiva, si estamos ante una película fervorosamente atea o racionalmente devota. Al final, sea como sea, un dios desnudo se parece demasiado a cualquiera de nosotros en pijama. Tan ridículo.