La metáfora justa para el pensamiento mágico es otro de los valores de estilo de Todo el códice: podrían
llamarse toques de sinestesia cuscatleca: "Los tambores del agua se
derriten. /Amanecen los cantos y suben -primaveras- por los cerros ... "
Y pueden agregarse varias otras figuras típicas de la poesía realista,
conversacional, de José Roberto Cea y los de su generación: ironías,
personajes, variación de tonos, giros del habla popular, puntadas de
humor... Poder de la poesía: mito y compromiso. Este es un litro de
fuerza telúrica: a través del poeta hablan los más abuelos, los
príncipes náhuat, mensajeros de la Madre Tierra. Su poder de
significación y de convocatoria radica en la magia de los códices
indígenas y en la virtud del canto, gracias al tejido vérsico
personalísimo de José Roberto Cea, sobre todo en los dos primeros
libros, los más ancestrales, se plasma una visión mitológica de Izalco y
de Cuscatlán (El Salvador). En sus versos desfilan los símbolos
arcaicos de la fauna y la flora sagradas de los nahua-pipiles: el
venado, el caracol y los pumas; el amate, el bálsamo, el cacao, el maíz;
las chirimías, los atabales, la luna, la danza ... Y esa deliciosa
galería de brujos de Izalco, entre ellos la abuela y un tío del poeta.
Color
local: Izalco. Color nacional: El Salvador. El libro evoluciona de lo
antiguo indígena, cuyo santuario es /zaleo, hacia lo presente nacional:
"Crónica salvadoreña ", el poema final, es una convocatoria y una profecía de la guerra que vendrá.
Otro de los ejes semánticos de Todo el códice es
el fortísimo yo del poeta que se sabe a sí mismo un elegido. De ahí un
cierto tono bíblico cuando se dice a él mismo en "Ritual del que
recibe", versos que recuerdan versículos del Eclesiastés:
Para
el lector que por primera vez se adentra en este códice total, modelo
de sincretismo poético, será bueno recordar que fue escrito justo antes
de la guerra de los doce años (1979-1991), cuando los poetas
comprometidos no sólo la veían venir sino que platicaban con ella, con
la guerra, como augurándola desde la parte popular, la de raíz indígena.
Hay que leer, entonces, esta obra como un preludio de un huracán que ya
pasó y que fue por ella no sólo perfectamente preludiado
sino, más aún, trascendido hacia el momento actual de postguerra
(finales del siglo XX): la ciudad del canto, que tiene hoy aún más
vigencia como telón de fondo de la construcción de una verdadera paz.
A mi juicio, la clave principal de lectura de Todo el códice es
la dialéctica nacional del ser y el no-ser: el conflicto entre
tradición y modernidad, historia y utopía, indio y español: el mestizaje
cruel de la "Crónica salvadoreña" en que viene a desembocar esta obra
maestra. En una palabra: la identidad, el ser del poeta en función del
ser nacional, y viceversa: un compromiso total