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Publicada de manera póstuma, pero a todas luces concluida por el autor, Los papeles de Narciso Lima-Achá concluye también la gran exploración novelesca que Jaime Saenz abriera con Felipe Delgado
(1980): una especie de retablo de dos cuerpos, si se quiere, que
destaca tanto por la coherencia del proyecto y el riguroso entramado
del conjunto, como por el quiebre que evidencian ambos cuerpos al
confrontarse y poner en escena, más allá de la ficción, los avatares de
un proceso y un vuelco en la escritura saenziana. Así, si en el
recorrido iniciático de Felipe Delgado se explora el destino
de un hombre que, separado de la Unidad, buscaba reintegrarse en ella
mediante el vínculo de inteligencia, en Los papeles de Narciso Lima-Achá
sistemáticamente se exploran los otros dos vínculos con la tríada: la
virtud creadora y el amor. Sistemáticamente, vale la pena subrayarlo,
por todo lo que para Saenz hace del Cuatro (equidistante del Uno y el
Siete) la cifra del hombre en este mundo, pero también por lo que, más
acá o más allá de la cifra, supone el Cuatro como dispositivo de
composición novelesca.
Los axiomas son mortales, cierto, pero en la segunda novela de
Saenz la progresión cuaternaria articula todavía, tanto la
construcción de una intriga propiamente detectivesca que gira en torno a
la oscura relación de Carlos María Canseco y Narciso Lima-Achá, como
el despliegue de una interrogación trascendente que se dota de
intercesores fundamentales para la tradición: cuatro son las obras que
colecciona Narciso Lima-Achá en diferentes ediciones (Fedro, Fausto, Divina Comedia, Hamlet), sin contar con la que también colecciona un amigo llamado Ismael Sotomayor (el Quijote).
Con semejante andamiaje, la novela moviliza todo un repertorio de
figuras íntimamente saenzianas, ciertamente, pero también logra
desplegar un universo ficcional que actúa como en contrapunto con
respecto a Felipe Delgado y el itinerario de ese otro Narciso
que atraviesa el «lado oscuro» de la ciudad de La Paz. Con historias
de asesinatos, de espías, agentes y oscuros negocios mineros y
aduaneros, de homúnculos, Carnavales en Oruro y un largo viaje de
aprendizaje a la Alemania nazi, Los papeles… despliegan no
sólo escenarios y aventuras diferentes, sino un desdoblamiento que
transforma radicalmente el carácter de la empresa novelesca de Saenz.
En una breve noticia inicial, éste se presenta como simple
editor de dos manuscritos (el de Canseco, el Lima-Achá, primera y
segunda parte de la novela), que a diferencia de la narración
monológica de Felipe Delgado confrontan, como a través de un
espejo, no sólo dos versiones y dos miradas sobre una historia de
«chanchullos y tejemanejes aduaneros», sino la misma y doble figura que
recorre los ambivalentes senderos de alguien que, a todas luces,
parecía haber sellado el consabido pacto con el diablo: el Fausto de la
zaga romántica consagrada por Goethe, claro, pero también el de la
leyenda popular, ese hombre indeciblemente sabio, charlatán, astrólogo,
embaucador y alquimista. La singular inquietud de Los papeles...
radica en que nunca sabremos quién era Fausto y quién el diablo
(venido a menos, para colmo, el «pobre diablo»), de modo que en la
intriga novelesca no cuenta tanto el conocimiento del enigma, pues será
de todos conocidos, finalmente, sino más bien lo que ese enigma
encubría: eso que no revela ninguna de las dos versiones de una
enrevesada historia de pactos, traiciones y decepciones; eso que se
vislumbra y se conjura en su intersección, con el humor de una
escritura muy suelta de cuerpo. La figura cuatro veces reiterada de un
fin del mundo que no lo había sido tanto, la de un abismo
estrepitosamente desaparecido, la de un mundo sin «el Amo del mundo».
Así, de cifra sagrada, el cuatro pasa a ser un dispositivo matemático,
un dispositivo lúdico con el que puede leerse quizás la quiebra de una
búsqueda, pero también una irrupción, una apertura: la del juego, la
del humor, la de ese gesto que abraza a los habitantes de la ciudad, a
los amigos, a los otros, en su más prosaica humanidad: el horizonte que
explorarán los últimos relatos de Sáenz (Los cuartos, Vidas y muertes, Santiago de Machaca, El Sr. Balboa).
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