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La ciudad
estaba construida al borde de un río, pero no era un río compañero a
cuyas orillas podían pasear los habitantes, que se enlazara entre
muelles acogedores, bajo puentes con nombres memorables, uno de esos
ríos que basta mencionar para situar inmediatamente a la ciudad que es
casi su sinónimo: el Sena, el Tiber, el Támesis, el Guadalquivir, el
Moscova, y no sigo por parecerme que sería una enumeración ociosa. Era
un río independiente de la ciudad como una tajada acuática agregada a
ella, un río que los hombres no debían atravesar para ir de un punto al
otro de la urbe, que no se imponía a sus miradas y en el que no pensaban
casi nunca, pues pasaban semanas y hasta meses sin verlo. Solo iban
hacia el en el verano, pero para eso era necesario alejarse bastante de
la ciudad.
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