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Mucho se ha escrito -y mucho más se ha hablado--sobre el proceso simbiótico que ha ocurrido desde los primeros contactos entre los mundos europeo y americano. El libro que aquí se reseña, sin embargo, no trata tanto de explicar el ser de los mexicanos de ahora como de documentar y comentar ciertos aspectos de aquellos contactos que, bajo la óptica de la autora, pueden esclarecer el paso de gachupín a criollo. En una Introducción y cuatro capítulos (l. La aculturación de los españoles, o de cómo los de América dejaron de serlo; 11. Los hombres y las circunstancias; III. El incierto territorio de lo religioso; IV. Las mutaciones profundas) Alberro logra con-vencer al lector de que la presencia del mundo indígena se puede percibir, y lo que es más, documentar, en esferas no propuestas y en otras que anteriormente no habían sido avaladas por los textos. En la Introducción la autora se apresura a precisar que el trabajo no tiene ni pretensiones teóricas ni aspira a ser sistemático, sino "sólo intenta presentar una reflexión dictada por las preocupaciones personales suscitadas por el mundo cada día más multirracial y pluricultural en que nos tocó vivir". En el primer capítulo Alberro nos recuerda que desde los primeros años los españoles compararon admiraron lo encontrado en América con el bagaje cultural que traían desde Europa. Pero no se limitaron a admirar los "objetos", que sería de esperar por su frecuentemente portentosa novedad, sino que su admiración se extendió pronto a las instituciones y modos de vida, como "el orden y policía" de Tenochtitlán que observó el mismo Cortés y que lleva a la autora a afirmar que tal admiración lleva implícito el reconocimiento de igualdad y "hasta de superioridad de ciertas realidades americanas sobre sus equivalentes europeos ... Admirar un objeto implica admirar su creador"
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