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La
importancia de vivir, es en un sentido muy profundo –y después de su
periplo por el mundo occidental-, un reconocimiento y una
reconciliación con sus raíces chinas, una vuelta a su hogar, a su
historia y a esa riqueza espiritual milenaria que nos ofrece en cada
página, como si nos estuviese sirviendo su más preciado té. Se huele el
perfume de la tierra, de las flores, nos lleva por valles y montañas,
nos pone a soñar en noches de estío acompañados de vino de arroz, pero
igualmente nos deleita con la poesía natural de sus ancestros, y siempre
lleno de humor y sabiduría. Nos hace saber que aquella Antigua china,
desdeñó los tratados y los escritos extensos, que sus plumas nunca
levantaron demasiado vuelo, porque a diferencia de nosotros, nunca se
distanciaron de la vida, siempre prefirieron perseguir la esencia de un
perfume primaveral, que una disertación sobre el valor de los sentidos,
un poema, que la especulación filosófica, y lo razonable antes que la
lógica. Así, nos deleita Lin Yutang, con lo que él considera parte del
espíritu chino de la Holganza, o la vida contemplativa de quien ha
logrado desapegarse de las cosas innecesarias para detenerse y exclamar:
“es un día caluroso de junio, cuando el sol pende quieto del cielo y
no hay un hálito de viento o de aire, ni una traza de nubes; el patio y
el jardín son como hornos, y ni un pájaro osa volar. El sudor corre por
todo mi cuerpo en arroyitos. Ante mí está la comida del medio día, pero
no la puedo tomar, por el calor. Pido una estera para estirarla en el
suelo y tenderme, pero la estera está empapada de humedad y las moscas
vuelan como en un enjambre y se me posan en la nariz y no quieren irse.
En este momento cuando me siento tan completamente desventurado, hay un
trueno repentino, y grandes masas de nubes tapan el cielo y se acercan
majestuosamente como un gran ejército que avanza a la batalla. Comienza a
caer el agua de la lluvia como catarata de los aleros. Cesa el sudor.
Desaparece la pegajosidad del suelo. Todas las moscas se marchan para
esconderse, y puedo comer mi arroz. ¡Ah!, ¿No es eso felicidad? Este
aparte pertenece a la compilación llamada “Los treinta y tres momentos
felices de Chinâ€, título que acompaña otros tantos con sugestiva
naturalidad como: “De flores y mujeresâ€, “De tenderse en la camaâ€, “ De
ser mortalesâ€, “De la conversaciónâ€, “El celibato, rareza de la
civilizaciónâ€, “De ser díscolo e incalculableâ€, “De ser humanoâ€, “De la
juguetona curiosidad: La elevación de la civilización humanaâ€, “del
sentido del humor†“El goce del hogarâ€, “de ponerse biológicoâ€, “El goce
de la vidaâ€, “El goce de la culturaâ€, “El buen gusto en el
conocimientoâ€, “El arte de leer y escribirâ€, “¿Por qué soy pagano?â€, “El
arte de pensarâ€, “De ser razonableâ€; o como sencillamente dice
refiriéndose al goce de fumar, cuando señala que es más grave el daño
que le hace el no fumador al fumador, que el fumador al no fumador, por
cuanto el que fuma hace daño físico al que no fuma, en tanto este último
le hace un daño psicológico, bajo una pretensión moral de superioridad,
sin tener en cuenta que quien fuma -para este singular chino-, pasa
mayor tiempo con la boca ocupada y en consecuencia, dice menos
estupideces.
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