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A través de la problematización central en torno a la identidad y a las
políticas nacionales que toman a las minorías como identidades
refractarias a la homogeneización cultural, los estudios poscoloniales
han renovado el pensamiento sobre el fenómeno de las minorías y la
cuestión migratoria, al interrogarse sobre la constitución misma de
nominaciones como "hijos de inmigrantes", "extranjeros"Â, "minorías
visibles", "descendientes de esclavos", "mujeres del tercer mundo"Â,
"persona de color"Â, etc. El uso de estas nominaciones, que devuelve a
una filiación exógena, fuera del territorio nacional, a menudo se
orienta al oscurecimiento de las relaciones internas familiares debidas a
la colonización que estos extranjeros, estos descendientes de
migrantes, tienen con la antigua metrópolis. En este sentido los
estudios poscoloniales ciertamente tienen por objeto poner fin al
asombro respecto de estas presencias a las que todavía llamamos
extranjeras, pero también analizar la continuidad, bajo otras formas, de
la materialidad de estas relaciones, especialmente a través del estudio
de la reconfiguración de la división internacional del trabajo, de una
redistribución de la economía mundializada que fuerza a las mujeres y
hombres del tercer mundo a emigrar para sobrevivir. Hoy en día nos damos
cuenta también de que la condición migratoria es la que colabora
efectivamente en la fragmentación de la clase obrera y de las fuerzas
productivas en general, en la medida en que los migrantes de las
antiguas colonias generalmente arriban en condiciones precarias cuya
exposición mediática propicia una reformulación del racismo. Esto se
enuncia con tanta fuerza hacia los recién llegados ?reactivando
constantemente el fantasma de amenaza contra la nación, de invasión
bábara? como hacia las generaciones instaladas desde hace ya largo
tiempo. El fantasma del riesgo económico no funciona más que de manera
ambivalente, ya que los migrantes pobres son los que constituyen la
fuerza de trabajo local barata. |