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Busch en el poder no fue el gobernante clásico, aquel que busca la simpatía popular desprendiendo oropel en sus discursos, ni tampoco el tirano, el caudillo que apunta las bayonetas a las masas. Fue simplemente él mismo. El soldado de la guerra, el patriota de la paz. No levantó su voz para prometer sino para decir lo que había realizado. Y el pueblo por primera vez, sintió que vivía en un ambiente de realidad, que habían sido barridas las falsas tintas de la atmósfera, y que el sacrificio cotidiano, el dolor del presente, era un tributo exigido por la Patria, una obligación moral para garantizar el bienestar de las generaciones futuras. |