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En las dos últimas décadas, el mundo desarrollado ha sufrido una reducción considerable en su ritmo de crecimiento, un desempleo creciente y, en ciertos países, una distribución más desigual de la renta. Estos fenómenos han hecho aún más alucinante el dilema clásico entre reducir impuestos y transferencias sociales para fomentar la inversión y la competitividad, a costa de generar una mayor desigualdad o mantener unos niveles excesivos de gasto social hasta generar una situación de franco declive económico^ies |