Estos cuentos son casi cotidianos. No encierran moraleja alguna y tienden al retrato. Sin embargo Gonzalo Lema ha sabido entretejer ligeros estupores, gestos que trascienden lo cotidiano; lo ha hecho con el convencimiento de que la realidad tiene una frontera casi invisible con la fantasía con los fantasmas del pensamiento y el sentimiento.
De esa forma sentimos levemente la gravitación de lo irreal asediando constantemente a los personajes. No está demas resaltar su uniformidad de tono: parecen todos contados por una sola impersonal voz. Esta modalidad imprime una atmósfera distante a los relatos y permite pequeñas interpolaciones irónicas. Sus temas el amor, la nostalgia, los vículos familiares están subsumidos de una melancolía poética que les imprime un sesgo vital y azaroso. Las frases que se detienen repentinamente nos dejan interpretaciones abiertas y aleatorias de los sucesos; también nos dejan percibir que el lenguaje pudoroso no desea interferir con el silencio, definitiva zona de malentendidos donde se debe callar y donde sólo es posible sugerir.