En siglos anteriores cuando los matrimonios dinásticos entre las casas reales eran algo muy frecuente, las princesas eran como peones de ajedrez de los que se disponía en el tablero europeo para consolidar alianzas entre países con problemas o ambiciones. Pero muchas de estas futuras reinas y emperatrices tenían una personalidad propia muy fuerte y un talento extraordinario; algunas quisieron dominar su país de adopción, otras se identificaron con él, y hubo quien sucumbió en algunos casos. Después de un periodo inicial de dificultades para adaptarse a la vida de un nuevo país, todas llegaron a ejercer una influencia indudable, ya fuera para bien ya para mal.