¿Hasta dónde es válido pensar e interpretar el proceso de la
Emancipación
sólo como un aspecto de la crisis de transformación que sufre Europa
desde el siglo XVIII y en la que se articula la caída del imperio
colonial español? Sin duda esa crisis de transformación constituye un
encuadre insoslayable para la comprensión del fenómeno americano, y lo
es más, ciertamente, si se trata de analizar las corrientes de ideas que
puso en movimiento. Pero, precisamente porque será siempre
imprescindible conducir el examen dentro de ese encuadre, resulta
también necesario puntualizar —para que quede dicho y sirva de constante
referencia— que el proceso de la
Emancipación
se desata en tierra americana a partir de situaciones locales, y
desencadena una dinámica propia que no se puede reducir a la que es
propia de los procesos europeos contemporáneos. Más aún: desencadena
también unas corrientes de ideas estrictamente arraigadas en aquellas
situaciones que, aunque vagamente y carentes de precisión conceptual,
orientan el comportamiento social y político de las minorías dirigentes y
de los nuevos sectores populares, indicando los objetivos de la acción,
el sentido de las decisiones y los caracteres de las respuestas
ofrecidas a las antiguas y a las nuevas situaciones locales. Esas
corrientes de ideas no forman parte del habitual repertorio de
concepciones políticas a que apelaron los dirigentes del movimiento
emancipador, sobre todo cuando fijaron por escrito sus opiniones
políticas o enunciaron formalmente sus proyectos concretos,
constitucionales o legislativos. En esos casos, recurrieron a un
conjunto de modelos ideológicos ya constituidos en Europa o en Estados
Unidos. Y si se trata de exponer ese pensamiento es forzoso referirlo a
esos modelos, tanto más que, efectivamente, se basaron en ellos las
creaciones institucionales que tuvieron vigencia legal.
El pensamiento escrito de los hombres de la
Emancipación
, el pensamiento formal, podría decirse, que inspiró a los precursores y
a quienes dirigieron tanto el desarrollo de la primera etapa del
movimiento —el tiempo de las "patrias bobas"— como el de la segunda, más
dramática, iniciado con la "guerra a muerte", fijó la forma de la nueva
realidad americana. Pero nada más que la forma. El contenido lo fijó la
realidad misma, la nueva realidad que se empezó a constituir al día
siguiente del colapso de la autoridad colonial. Entonces empezó la
contradicción, cuya expresión fueron las guerras civiles, los vagos
movimientos sociales, las controversias constitucionales, las luchas de
poder, siempre movidas por el juego indisoluble entre las ambiciones de
grupos o personas y las encontradas concepciones sobre las finalidades
de la acción y las formas de alcanzarlas.