Yo me enamoré del Cuzco antes de conocerlo, por mis lecturas de libros de viajes, como estudiante de secundaria, a la edad de 17 años. Ya sabía que quería ser arqueólogo y me convencí que quería dedicarme a la arqueología del Cuzco.
El Cuzco de  los Incas había sido mi sueño durante muchos años, y fue todo lo que había soñado y más. Uno de los primeros sitios que visité fue el Qorikancha, y tuve la suerte de conocer al padre prior de los dominicos, el p. Alberto Dettmann, después obispo de Puno. Los dominicos tenían entonces un seminario o academia para preparar sacerdotes de cierta fama internacional y le tocó al p. Dettmann enseñar arqueología bíblica en el seminario.
Naturalmente las ruinas del Templo del Sol le habían interesado y el me recibió como un colega, llevándome a todos los rincones del convento donde habían restos de muros incas.