No estoy seguro de que haya quien quiera
asomarse a este mundo cuyo acceso me propongo despejar. Es un mundo
mínimo que por ser nada más que mío sólo
puede tener atracción para mí. No hay en él nada
arrebatador ni deslumbrante. Nada más que la no siempre llana
sucesión de los días. Y ciertamente doy en aparejar
estas cuartillas obedeciendo a un mandato interior y pensando que
acaso para ellas no habrá otro lector que yo mismo.
No me creo por supuesto la única
persona a quien le sucedan rarezas en su vida, aunque no me hallo
convencido de que sea de esta ley el caso que empiezo por mencionar
aquí. Hay algunas imágenes, algunas minucias acaecidas
allá en los albores de mi infancia que en mi memoria subsisten
como fijadas en una placa perdurable. No es que haya pensado alguna
vez que ellas hubiesen tenido una significación; pero nunca
esperaron ser llamadas para acudir a mi recuerdo, y, hoy, como ayer,
como siempre. Frecuentan de tal manera mis días que no bien me
inclino a la retrospección, no tardo en percibir su
presencia.
Yo no caminaba aún ni sabía
hablar. Un día mi madre tuvo que salir y me dejó
sentado sobre la tarima. Sólo tiempo después
descubrí que la tarima, cubierta de ordinario con un chusi a cuadros rojos y verdes, era un mueble que
servía para que en él hiciesen de noche su lecho mis
padres. Aquella vez, junto a mí, de pie en el suelo,
quedó un indiecito no mucho más alto que la tarima,
supongo que encargado de cuidarme. Más tarde también
super que ese braguillas era un criadito que poco antes de aquel
suceso había adquirido mi madre. No sé cuanto tiempo
permanecimos así, frente a frente, las dos alhajas. De pronto
hizo él un aspaviento baladrando y mostrándome los
puños. Era que yo me había mojado. Pero en seguida,
como por obra de algún genio maligno, aparecí haciendo
lo que menos mi cuidante hubiera querido que hiciese. Claro que en
aquello no intervino la voluntad y menos aún la
intención, pues yo era todavía del todo ajeno a
aquellas dos valisoas conquistas de la edad. El mocosuelo
saltó de quicio e incapaz de contenerse me estuvo disparando
mojicones hasta verme tumbado cuan largo era sobre la tarima. Yo no
conocía otra defensa que los alaridos y las lágrimas y
no sé lo que después hizo él conmigo. no me
había cansado aún de desgañitarme y de llorar
cuando vi que mi madre estaba de regreso. Era muy temprano para que
yo entendiera de quejas, pero mis gritos y mis lágrimas
debieron haber sido más que elocuentes. Antes de nada mi madre
requirió el zurriago y al indiecito le estuvo sacudiendo el
bálago largo rato. El infeliz se desgargantaba más que
yo, y se retorcía y se rascaba las posaderas a más y
mejor.
DESCRIPCION | CONTENIDO |
Nº de control | 00017941 |
Autor | Lara, Jesús |
Título | Paqarin |
Editorial | Los Amigos del Libro |
Año | 1974 |
Páginas | 249 p. |
Idioma | Español |
Lugar | Cochabamba |
Resumen |
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Materias | |
Ítem en Biblioteca | Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional |
Ejemplares | 1 |