Los griegos han asociado al filósofo con la figura del centauro, porque en él se combinan las ideas de movimiento y potencia, de ligereza y velocidad, pero también de dominio de los humano sobre la parte animal.

El filósofo, al igual que el centauro, logra ese dominio, esa armonía entre una cabeza humana, elevada y meditativa y el cuerpo del animal concebido para la carrera y la resistencia que pone su fuerza y agilidad al servicio del pensamiento.

En el libro de Raúl Prada se puede apreciar ese esfuerzo por armonizar la intensidad de la reflexión con la potencia de los acontecimientos.

¿Y qué acontecimientos? aquellos que estremecieron a una Bolivia aletargada por la rutinaria forma de hacer política oficial: tecnocracia que rezumaba pedantería y soberbia, tecnocracia que veía la historia con anteojeras: una sola vía posible, unos cuantos actores posibles, un solo mundo posible: el de ellos, los individuos triunfantes frente a una cosa amorfa que todavía concebían como muchedumbre , como pueblo a secas, como objeto de análisis y no como sujeto, como factor de situaciones y no como motor de acciones; no como multitud sino como masa, esa dispersa agregación de individuos aislados de que habla Stuart Mill.

Septiembre y octubre de 2003, echó por tierra aquellos mitos y descubrió el rostro de la multitud.