La mujer contemplaba en actitud displicente la pelea que tenía lugar a
pocos pasos de ella. Mordis queaba un tallo de hierba y su hombro
izquierdo apa recía generosamente desnudo. La falda que vestía ape nas
si merecía el nombre, dada su brevedad.
Estaba apoyada con
indolencia en el tronco de un árbol, mientras los dos hombres luchaban
salvaje mente con sus cuchillos bifoliados. Era una pelea a muerte, sin
cuartel, y el superviviente tendría a la mujer como premio.
Los
contendientes estaban desnudos de la cintura para arriba. Habían
conseguido ya algunos golpes, pero las heridas no eran graves, aunque sí
aparato sas. Ambos eran igualmente hábiles con aquellos enormes
cuchillos, de dos hojas paralelas, separadas entre sí por un espacio de
dos centímetros y de filo tan agudo como el de una navaja de afeitar.
La
ciudad quedaba a lo lejos, a un par de kiló metros de distancia. El
paraje era solitario; nadie interrumpiría, por tanto, la salvaje pelea.
Los
contendientes estaban equivocados en este pun to. Un hombre, alto,
fornido, de cabellos oscuros, apa reció de repente en el claro.
— ¡Pedro! ¡Chick! —llamó autoritariamente.
La
mujer se enderezó levemente, contrariada, al parecer, por la llegada
del intruso. Los contendientes suspendieron un instante su lucha.
—Déjanos, Dan —pidió Chick Malone—. Quiero sacarle las tripas a este bastardo…
—
¡Ja! —rió Pedro Lorán, sin ningún entusiasmo—. Ese imbécil por parte de
padre no es capaz de acertar con su cuchillo ni a un pastel de
cumpleaños.
Furioso, Malone se arrojó contra Lorán, pero, en el
mismo instante, una mano que parecía de hierro lo agarró por el cuello.
Un instante más tarde, Malone salía dando volteretas por los aires, sin
saber a cien cia cierta lo que le había ocurrido.
Dan Harvey avanzó hacia el otro duelista.
—Tu cuchillo, Pedro —pidió, a la vez que extendía la mano.
—No —contestó Lorán, colérico.
—Pedro, somos buenos amigos. No me obligues a hacerte daño.
—Acércate. —Lorán parecía loco de ira—. Da un paso más y te rajaré…
La
mano de Harvey se movió de nuevo de forma fulgurante. Sin saber cómo,
Lorán vio que su cuchillo volaba disparado por los aires.
De repente, se oyó un agudísimo chillido.
Los
tres hombres volvieron simultáneamente la ca beza. La mujer,
arrodillada en el suelo, se oprimía la cara con ambas manos, a la vez
que lanzaba unos gri tos indescriptibles.
Asombrado, Harvey vio
el cuchillo clavado en el tronco del árbol. A fin de averiguar lo
sucedido, se acercó a la mujer y le obligó a separar las manos de la
cara.
Un estremecimiento sacudió su cuerpo al ver los dos
profundos surcos que los filos del cuchillo bi foliado habían dejado en
su mejilla izquierda. La san gre brotaba a torrentes de las heridas.
Harvey soltó a la mujer.
—Te
lo tienes bien merecido, Dina Cooper —dijo severamente—. Durante toda
tu vida, conservarás las marcas que te recordarán tu acción, cada vez
que te mires al espejo.
DESCRIPCION | CONTENIDO |
Nº de control | 00018061 |
Autor | Carrados, Clark |
Título | El planeta y su serpiente |
Editorial | Toray |
Año | 1972 |
Páginas | 125 p. |
Idioma | Español |
Lugar | Barcelona |
Resumen |
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Materias | |
Ítem en Biblioteca | Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional |
Ejemplares | 1 |