Vivimos en un mundo globalizado en el que, de forma constante y ya sea consciente o incoscientemente, recibimos permanentemente una extraordinaria gama de diferentes estímulos visuales.
Ello nos debería obligar a hacer una parada, a tomar algo de perspectiva e intentar una reflexión acerca de lo que vemos y recibimos, del poder de la imagen sobre nosotros mismos y el mundo en que vivimos, sobre cómo nuestra mirada lo interpreta y descifra. No abundan, sin embargo, los espacios que posbilitan esa reflexión, ese cuestionamiento, de las miradas que surgen a uno y otro lado de la pantalla, más aún si el objeto a cuestionar es el cine boliviano.