Bearn narra el devenir de los años de madurez de don Antonio de
Bearn, el último de los señores de una estirpe que llegó a la isla con
la conquista cristiana, y de su esposa, doña María Antonia, ambos primos
hermanos, con quienes se cierra la familia puesto que no han tenido
descendencia, símbolo evidente de esa decadencia inexorable de la clase
social a la que representan, la aristocracia rural.
El primer trabajo de un buen escritor es encontrar la voz narrativa
adecuada para lo que quiere contar. El acierto de Villalonga aquí es el
del magnífico personaje interpuesto a través del cual se nos cuenta la
historia de los señores de Bearn. Esto es, Juan Mayol, el capellán de la familia, un joven del lugar (en un momento de orgullo herido, proclama: «Yo era porquero de la casa»)
al que el matrimonio protege, seguramente por ser hijo bastardo del
amo, proclive a las aventuras con las jóvenes campesinas del lugar, como
todos los señores. En cualquier caso, Juan reconoce desde el primer
momento la paternidad espiritual de ese hombre cuya vida ha marcado la
suya en todos los órdenes. Sin haber estado fuera de Bearn más allá de
los años del seminario, Juan Mayol asume que su destino es haber podido
compartir la vida y los conocimientos con el señor (y algunas
intimidades, pero menos de la cuenta: don Antonio tiene esa cualidad
misteriosa que hace que algunas personas en apariencia tan francas y
comunicativas en realidad sean los seres más impenetrables).