El presente texto que tiene en sus manos, bajo la luz de la historia y mi experiencia, es una respuesta categórica para sostener que los vilipendiados son luchadores por la democracia y la justicia social. El simple relato de sus actos, de sus conductas sobra y basta para rechazar todas las calumnias de las que fueron y aún son víctimas, tanto su Jerarquía como sus sacerdotes.
Somos cientos de trabajadores mineros que conservamos el pellejo gracias a la protección de la Iglesia. La reconquista de la democracia se la debemos a dos fuezas fundamentales a las mujeres mineras y a la acción radical de la Iglesia.